¿Saludable seguir la corriente?

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2018-10-10

Sinceramente, pensamos que seguir la corriente a los demás es un acto que evita muchos conflictos, pleitos y discusiones, sin embargo, es poco práctico y poco ético.

Entendemos que hay quien toma decisiones para tratar de aplicarse en una comunidad, es decir, que persiguen un objetivo colectivo, pero no podemos pensar que los que toman decisiones son perfectos. De hecho, siempre que se hace algo -obra, ley o lo que sea- hay detractores, unos de buena y otros de mala fe que externan sus opiniones con la idea de mejorarla o destrozarla, porque habemos personas de todo tipo.

El caso es que muchos dicen: “hubiera hecho…”. O “hubiera propuesto…” cuando nos quedamos callados por miedo a muchas cosas, entre las que destaca el de perder los privilegios en el trabajo, el mismo trabajo y otras cosas que tienen que ver con la economía familiar.

Otras personas suponen que por sus hijos deben callar, y de eso se aprovechan muchos políticos, gobernantes y supuestos servidores públicos.

Nada hay más errado que una actitud de esta naturaleza, desde nuestro particular punto de vista.

Si yo soy amigo de tal o cual persona, y tengo la confianza, podría acercarme y decirle que no me gusta su decisión por alguna razón que debe estar bien sustentada.

En la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Victoria, al menos en forma personal, trato de que los muchachos piensen por sí mismos y no decidan como borregos lo que la mayoría eligió porque “dijeron de rectoría”, “dijeron de dirección”, o “mandaron decir que…” 

Supuestamente tenemos en nuestras manos la parte más preparada y pensante de la sociedad: los que tienen acceso a la educación superior y profesional, y si les enseñamos que hay que someterse y obedecer ciegamente, estamos mal.

No se trata de incitar a la desobediencia: se les enseña a externar sus puntos de vista y acatar lo que la mayoría decida, aunque no sea de nuestro agrado, pero sí a externar nuestro punto de vista que, entendemos, debe ser importante.

El gobernador y el alcalde tienen entre los que cobran gracias a su generosidad, a algunos que se ostentan como asesores o consejeros, expertos o algún nombre diferente, pero no son más que paleros que no se atreven a decirle al jefe “estás equivocado, porque esto puede propiciar tal o cual cosa”. Nadie se atreve a decirle al jefe que se equivocó de decisión u ordenamiento.

En ese grupo de asesores hay quien anda en las calles y recoge el sentir popular y podría ser de gran utilidad. Grandes hombres en el mundo han echado mano de sus asesores y han rectificado. 

No es malo reconocer y rectificar: es humano y engrandece a quien escucha a los demás.

Es por ello por lo que siempre pensamos que hay que fomentar el diálogo y el saber escuchar, el entender lo que otros quieren para aplicarlo en la medida que la gran mayoría pueda salir beneficiada.

Esa sería la labor de los asesores; no únicamente cobrar esos salarios insultantes por alabar al jefe, sino hacerlo que luzca, que sus decisiones se noten y que sean adecuadas, porque en la medida que él se hace grande, el equipo de trabajo es grande. Es inercia natural, así de claro.

Y deben la gente sacudirse ese miedo de que le corran o algo por el estilo, y los que gobiernan sacudirse la soberbia con que fueron adiestrados -porque eso no es educación- y entender que cualquiera puede tener una mejor idea que ellos, y que deben aprender a escucharlos.

Es hora de humanizar el servicio público, y hacer mortales a esos que se creen parte de los habitantes del Olimpo y se sienten intocables, que se ofenden porque los mortales les vemos siquiera.

Cuidado: el poder marea.

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