Perdonarnos, nos libera

MIRADA DE MUJER / Luz del Carmen Parra

2020-07-30

Luz del Carmen Parra

Generalmente cuando hablamos de perdón, nos remitimos a recordar a quienes de alguna u otra forma nos han lastimado, dejando en nosotros resentimiento y, por decir lo menos, provocado nuestro desapego. Guardamos ya no el recuerdo agradable de lo que pudo ser una relación de amistad, de trabajo e incluso familiar, para traer a la memoria la ofensa y regresamos al momento en que ésta se dio, con todo lo que ello implica, dolor, coraje, rebeldía, deseos de venganza. En nuestro cuerpo, se vuelve a acelerar el pulso y la adrenalina se sube exigiendo acción. 

En ocasiones nos cuesta perdonar, porque sentimos que hacerlo implica justificar un comportamiento erróneo de la otra persona. Nos aferramos al rencor, pensando que éste constituye una especie de castigo para quien nos ofendió y, sin embargo, lo único cierto, es que la persona que sale herida somos justamente nosotros que nos negamos a perdonar, porque guardar rencor como decía Nelson Mandela, “es como tomarnos un vaso de veneno y esperar que mate a nuestros enemigos”. 

Perdonar, no implica aceptar lo que nos hizo la otra persona o que esa persona no tenga que asumir las consecuencias de sus actos, significa liberarnos de las emociones que nos bloquean y nos impiden avanzar. ¿Y qué decir cuando somos nosotros los que hemos ofendido, lastimado y defraudado la confianza de las personas de nuestro círculo cercano, o con quien tenemos un vínculo emocional muy estrecho? 

Pedir perdón no nos humilla, ni nos convierte en personas vulnerables, ni significa que hemos fracasado, al contrario, saca a relucir nuestra mejor faceta y tiene un impacto muy positivo sobre los demásPedir perdón, de corazón, no solo expresar una disculpa falsa, es un acto admirable que refleja nuestra capacidad para reconocer nuestros errores y muestra la voluntad que tenemos de mejorar o de reparar el daño causado. 

Es importante que seamos capaces de ponernos en el lugar de quien hemos ofendido, e intentemos por un momento comprender cómo se ha sentido esa persona a raíz de nuestro comportamiento. Que seamos empáticos para tratar de entender su sentir. De esta forma podremos elaborar una disculpa que realmente pueda llenar el vacío provocado y abra las puertas para la reconciliación. 

Si perdonar es un proceso de sanación y aprender a pedir perdón, es una liberación que nos permite reconocer con humildad que ofendimos, no menos importante es asimilar que nos equivocamos y reconciliarnos con nosotros mismos. 

Vivimos a diario reprochándonos, a veces inconscientemente, los errores cotidianos, sobredimensionando nuestros fallos, culpándonos de todo lo que no sale como quisiéramos. Nos convertimos en nuestro propio juez y lo peor, cargamos con él como si fuera Dios, en el cielo, en la tierra y en todo lugar. Vivir pensando en que todo pudo ser distinto, lamentando una acción que ya no podemos cambiar, no solo nos trae dolor y amargura, sino que nos crea un sentimiento de culpa que ensombrece nuestras vidas, sin entender que hicimos lo mejor que pudimos, en función del nivel de conciencia que teníamos entonces. 

Perdonarnos es un paso necesario para poder avanzar y dejar atrás el pasado. A diario se nos exige tomar decisiones, unas más acertadas que otras y el error está a la vuelta de la esquina. Podemos equivocarnos, fallarnos, decepcionarnos, no obstante, todo forma parte de un proceso de crecimiento, de autoconocimiento, de aprendizaje. Ahoguemos esa voz crítica que termina convirtiéndose en un enemigo al acecho, que vigila, señala y censura. Y aquí recupero la frase de Giovanni Papini: “Temo a un solo enemigo que se llama, yo mismo”. 

Si fuéramos conscientes del daño que, con esa actitud, generamos en nuestra autoestima, nos esforzaríamos por confrontar nuestros errores y trabajaríamos por alcanzar nuestro perdón. Seríamos más indulgentes con nosotros mismos. En lugar de evadirlos, trataríamos de analizarlos y encontrar una mejor forma de asimilarlos.   

Aprendamos de nuestros errores, sin justificarlos, mirándolos de frente y reparemos en lo posible las consecuencias de ellos. Reconozcámonos como seres humanos de voluntad frágil y en continua evolución. Lo que hoy criticamos de nuestros errores pasados, por más grotescos que nos parezcan, esforcémonos por ponerlos en una dimensión correcta, mediando la ignorancia o la incapacidad que teníamos para resolverlos en el momento que se presentaron. Seamos justos con nosotros mismos. 

En cada experiencia aprendemos algo. Tengamos presente que las heridas permanecerán abiertas si nos negamos a nosotros mismos el perdón. Seguir reprochándonos nos mantendrá atados. Si en cada error nos limitamos a experimentar dolor y culpa, la experiencia habrá sido en vano. 

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