Rumbo a los setenta y ¡qué de raro tiene!

DESDE EL RETIRO / Liborio Méndez Zúñiga

2021-08-26

Liborio Méndez Zúñiga

Bien sabido es que cada quien cuenta cómo le va en el baile de la vida. Algunos podrán presumir sus hazañas, otros las segundas oportunidades, pero todos llevamos algo en el morral y ahí está nuestra historia de vida. La gran mayoría de los mortales se conformará con contarla muchas veces, aunque a veces se le recuerde que la modifica a su gusto y conveniencia. Otros la podrán escribir en cartas personales, incluso hacer un cuento, o  poesía. 

El asunto es que la infancia pasa volando y qué decir de la juventud, divino tesoro que te vas para no volver, casi no te enteras de los cuarenta, y en un santiamén te ganas el epíteto de sesentón. Y entonces sí, que Dios nos agarre confesados. Si uno apela a las estaciones del año, ha llegado sin remedio al otoño de la vida, haiga sido como haiga sido, empiezan los rendimientos decrecientes, y esa serena etapa de la lentitud del ser, como que ya la velocidad no es nuestra divisa, y se aprecia mejor aquello de ¡despacio, que llevamos prisa, chamacos¡

Entrados a los 65 y más, y tal vez desde los cincuenta, empieza una nueva experiencia de los olvidos frecuentes, se le olvidan los encargos, pierde llaves, lentes y demás, y la memoria se torna selectiva de las relaciones personales. Es decir, ha llegado usted sin bombo y platillo a la tercera edad. Si uno es de los privilegiados de la jubilación, tiene al menos algún nivel de seguridad social, que no es suficiente ante enfermedades mayores, pero algo es algo. 

Sin embargo, ahora resulta que aumentó la esperanza de vida y cada vez habemos más adultos mayores que creemos poder seguir trotando por la pradera, con la greña al aire, en bicicleta, moto, o de perdido a caballo. Y no solo eso, de repente vemos que las nuevas generaciones como que no sacan la pelota del cuadro y requieren nuestra experiencia y conocimiento.

Pongamos un caso concreto: haga un cálculo de los hombres y mujeres que con un titulo profesional pasan a retiro, es decir, dejan su quehacer en la vida pública y privada, donde se había ganado un reconocimiento por sus capacidades, talento y visión, pero sin decir agua va, un día lo despiden con la ley en la mano. Oiga usted, lo que se pierde de memoria institucional, usted se va a casa con un acervo de conocimiento y sabiduría que no se valora ni se aprecia en beneficio de las nuevas generaciones.

Vaya, si para ingresar a cada nuevo trabajo le imparten un curso de inducción, por qué no pensar en dedicar el último año como prejubilatorio de entrega-recepción de la estafeta, sobre todo de ese bagaje cultural de 30 años de vida laboral, ricos en experiencia humana y saberes que se aquilatan como tesoro por quien se va al retiro.

Toda una generación de universitarios colegas míos y un servidor, algunos con maestría y doctorado, somos sorprendidos por una realidad: las instituciones no tienen memoria y cada jubilado se lleva a casa un poco de ese acervo intangible, que tal vez lleve a las universidades a la decadencia, que empieza con la baja matrícula y la pérdida de pertinencia social. Por no hablar de la estafa maestra, o los cotos de poder concomitantes a los cacicazgos perennes en las entidades federativas. A malos gobernadores, peores rectores.

Por eso, ya viene en camino la postuniversidad, ya hay doctorados en teoría del ocio, y el pensamiento crítico ya es tema de las mentes ilustradas. Pero eso da tema para largo.

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