Las mil y una anécdotas

ENFOQUE / Salomón Beltrán Caballero

2023-12-01

Salomón Beltrán Caballero

Aquella mañana sumamente fría, Gilberto y yo nos encontrábamos durmiendo en área a la que le llamaban “El Salón” y separaba la casa de la tienda de abarrotes,  y a un grito de la abuela Isabel, que había pasado por ahí cuando se dirigía a la tienda para recibir al panadero, mismo que acudía entre las 5:30 o 6:00 am, Gilberto y yo medio despertamos, más no nos levantamos, pues al intentarlo temblábamos de frío, entonces volvíamos a taparnos con las cobijas de lana; el colchón estaba tendido en el piso, era una obra artesanal confeccionada por nuestra abuela, recuerdo que meses atrás, mi primo y yo habíamos vareado la lana de borrego que el abuelo Virgilio le había entregado a la abuela; ambos habíamos tenido el privilegio de estrenar aquel  agradable y cálido cobertor parecido a una colchoneta; al notar nuestra ausencia, la abuela regresó al salón, abrió el portón, y muy molesta lanzó una advertencia, denunciarnos con el abuelo, que  correa en mano nos quitaba el sueño por más profundo que este fuera; así es que resignados nos levantamos y fuimos directamente al cuarto de lavado, abrimos la llave de una de las piletas donde se enjuagaba la ropa y nos lavamos la cara, el agua estaba a una temperatura tan baja, que al contacto con la piel de nuestro rostro, parecía que se evaporaba cuando exhalábamos por boca y nariz. De ahí, nos íbamos directo a la cocina, en la chimenea ardían unos leños y se podía sentir el agradable calor que emanaba de la hoguera, en la estufa próxima a la misma, una olla de peltre azul, salpicada de minúsculos círculos blancos, contenía una infusión de café recién hervido y listo para disfrutar, así es que Gil y yo, sin perder el tiempo y para entrar en calor, nos servimos en un par de pocillos de peltre y sin importar que nos quemáramos la legua le dábamos sendos sorbos; después nos íbamos a la tienda para hacerle compañía a la abuela y auxiliarla en el servicio de atención a clientes. Llegado el turno de Chonita, quien recibiría  la camioneta del hielo y a los camiones de refrescos y cerveza,  seguíamos a la abuela  emulando a los pollos que siguen a la gallina, pues bien sabíamos que nos esperaba un suculento almuerzo, pero antes, Chabelita me daba una pequeña tina que contenía el nixtamal para llevarlo a moler al molino de Carmen, mismo que estaba próximo a la escuela primaria; Carmela una hermosa mujer de carácter alegre, nos saludaba y preguntaba por la salud de los abuelos y una vez terminado el proceso , recogíamos en la misma tinaja la masa, no sin antes pellizcarla para sentir la textura y llevar un poco de ella a la boca para darle el visto bueno al sabor. Para acortar distancia, Gil y yo nos brincábamos la cerca del solar del abuelo Virgilio, para llegar por la puerta del mismo al patio de la casa grande, y de ahí a la cocina, donde la tía Lala ya se encontraba en la posición  adecuada, ponía una parte de la masa sobre el metate y se disponía a darle el punto a la masa para las tortillas, mientras en la chimenea, la hoja de lata asentada sobre un tripié era calentada por las brasas.

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