La tercera edad y la conversa

DESDE EL RETIRO / Liborio Méndez Zúñiga

2024-11-21

Liborio Méndez Zúñiga

A fines de 2023, en el disfrute de mi retiro, como no queriendo la cosa me propuse irme separando de las redes sociales, dejando principalmente el correo electrónico y el WhatsApp, es decir, el nuevo telegrama. Sigo en Facebook, pero solo a ratos. Otras redes simplemente ya no las atiendo. Eso sí, leo la prensa digital, pero ya no veo televisión, la cambié por Netlix y medios culturales. 

Por eso disfruto las visitas de personas que gustan de platicar, y se agradece una buena conversa, algunas que permitirían algún ensayo incluso. Residir en el hostal Casa de Piedra y alternar con sus huéspedes, a veces trae gratas sorpresas, y en días recientes nos visitó la familia de don Raúl Vanzzini Ferrioli, quien de niño vivió en Gómez Farías, en la montaña, con sus padres, cuando la época de los aserraderos.  

Me encontré con Don Raúl en el jardín del hostal, fumando plácidamente con la mirada en la Sierra de Cucharas. Lo abordé, nos presentamos y pronto me compartió sus vivencias entre los seis y nueve años, recordando la comunidad de La Perra, que se quedó con ganas de visitar, aunque si pasaron dos noches en San José. El hombre me compartió recuerdos de su vida en el bosque y sus senderos, pero en un segundo round de charla me dio la sorpresa de haber conocido al canadiense Frank Harrison, dueño del Rancho El Cielo.  

De pronto tuve la impresión de que estaba yo presenciando una escena en vida del famoso Harrison, impactado por la descripción emocionada del señor Vanzzini, hijo de padre italiano que laboraba en los aserraderos, quien encomendaba a su hijo Raúl ir al rancho del canadiense a recoger la leche, quesos y a veces alguna fruta, recordando vívidamente que no permitía el paso a su casa, pero siempre los atendía. Otro dato no conocido por mí era que el dueño del Rancho El Cielo tenía una tumba en su solar, con un árbol frutal plantado, en donde presuntamente fue sepultada la esposa con la cual llegó Frank Harrison a Gómez Farías.  

Vino a cuento también una fiesta que organizó el señor Vanzzini, evento en el cual hubo un pleito con bala, resultando un muerto y dos fugitivos oriundos de Sinaloa, que en la lista de raya firmaban con el apellido Luna, pero al despedirse de los lugareños confiaron su verdadero nombre. Cuando apareció la policía, exigieron la presencia del organizador de la fiesta, presentando declaración de los hechos, y a resultas de ello, la familia decidió cambiar de aires. Pasaron casi setenta años para que Don Raúl Vanzzini pudiera viajar a visitar el bosque de niebla de su niñez, y comprobar con sus ojos que el paraíso conocido en su niñez sigue estando ahí, con descendientes tal vez de sus compañeros de juegos.  

Cabe imaginar la añoranza de toda una vida, la reiterada remembranza contada una y mil veces a sus hijas y esposa, narrando las aventuras y peripecias de parte de su infancia, viviendo en un asentamiento rural en medio de la exuberante vegetación y la fauna silvestre, con la precariedad de chozas provisionales, estufa de leña y sin servicios, tomando agua de manantial. 

De mi parte, hice el compromiso de hacerles llegar copia de mi libro, y en un viaje próximo visitarlos en Tepotzotlán. ¡Sí, señor! 

Derechos Reservados © La Capital 2025