Ciencia Lysenkiana

CIENCIA Y SOCIEDAD / Felipe Eduardo San Martín González

2024-07-21

Felipe Eduardo San Martín González

En esta entrega trataré de puntualizar el papel deseable en los estados de la recién anunciada Secretaría de Ciencias, Tecnologías y Humanidades, en lo que a investigación científica y desarrollo tecnológico se refiere.

     Trofim Lysenko (1894-1976) fue un Ingeniero Agrónomo ruso que en pleno poderío de Joseph Stalin sostuvo ideas científicas cercanas al Lamarkismo o Teoría de los Caracteres Adquiridos, negando las evolucionistas de Charles Darwin, mismas que consideraba odiosamente capitalistas. Para él existían dos tipos de ciencia genética: la bolchevique del pueblo y la burguesa de los terratenientes y dueños de los medios de producción. Nada más alejado de la realidad porque los diseños metodológicos para generar conocimiento están desprovistos de ideología, pero la decisión de las intencionalidades y destinatarios de los conocimientos, si puede estar revestida de sesgos ideológicos.

     Actualmente, quienes sin razón denuestan las políticas de ciencia y tecnología puestas por delante por la directora del Consejo Nacional de Ciencias, Humanidades y Tecnologías, Dra. María Elena Álvarez-Buylla, sostienen son lysenkistas por estar impregnadas, al igual que el basamento pedagógico de la Nueva Escuela Mexicana, de ideología.

     El establecimiento científico mexicano debe ser tocado aún más por La Cuarta Transformación. No basta la desaparición de fideicomisos con manejos financieros poco transparentes, tampoco la clausura de financiamiento a empresas fantasma y grandes corporaciones mexicanas y extranjeras para mejorar sus productos, ni la desaparición de cofradías de la “sociedad civil” (tipo el Foro Consultivo de Ciencia y Tecnología A.C.) con influencia en las políticas del sector. Porque al igual que el INE y el Sistema Judicial que deben ser reformados ahora que a los votantes mandatamos el Plan C a la Legislatura Federal entrante, las políticas públicas de investigación científica y tecnológica deben orientarse hacia la solución de problemas de los sectores social y económico de México, aunque erróneamente sean tildadas de lisenkistas.         

     La inminente creación de la Secretaría de Ciencias, Tecnologías y Humanidades (en lo sucesivo La Secretaría) por el gobierno federal representa la gran oportunidad de eliminar paja, simulación e impertinencia, siempre y cuando se asemeje en su estructura a la organizada por Claudia Sheinbaum en la Ciudad de México, instancia que aloja ciencia, tecnología, educación superior y posgrado.

     El neoliberalismo considera que el objetivo primario de la investigación científica “es crear nuevo conocimiento”, así, sin más, cuando la tendencia debe enfocarse hacia investigaciones que aporten impacto social o económico, sin menoscabo al apoyo, no discrecional sino orientado, a campos científicos cuya utilidad no resulta evidente a primera vista. Por estado de la federación es obligado consultar a miembros de los sectores económicos enterados a fondo de problemática que requiere el concurso de científicos. Con ello, definir un plan indicativo estatal de ciencia, tecnología y humanidades con líneas definidas de investigación y desarrollo tecnológico y financiamiento para allegarse y/o formar investigadores, o lo que es lo mismo, definir un conjunto de problemas prioritarios económicos, sociales y medioambientales a solucionar con el apoyo del método científico aplicado por personas con antecedentes académicos ad hoc.

     El papel de la pentahélice plasmado en el Programa Estratégico Nacional de Tecnología e Innovación Abierta, todo indica quedó en el papel, señaladamente la adopción en los estados de aquello que declara “transferencia de conocimiento al mercado actual y futuro”. Por lo tanto, los ejes principales a fortalecer serían la formación de talento humano, la investigación científica y tecnológica pertinentes, los espacios físicos donde se realiza esta y la difusión y aplicación de resultados científicos, todo ello financiado por los gobiernos federal y estatal y operado por La Secretaría. 

    Sobrevivir como investigador en nuestro país depende en mucho de la permanencia en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI). El SNI fue creado a mediados de la década de 1980 con el objetivo de evitar el éxodo de científicos y científicas mexicanas, a través de incentivos económicos que solventaran en parte la pérdida de poder adquisitivo generada por la crisis económica de la llamada “década perdida”. Los científicos que ingresaban al SNI tenían ahora una bonificación sobre sus salarios y esto les permitía cierta estabilidad y tranquilidad para realizar sus investigaciones. Una excelente solución para un problema específico… en su momento. Entre evaluaciones por pares y un berenjenal burocrático, el SNI adquirió una fuerte institucionalización y legitimidad en el establecimiento científico mexicano hasta el punto de considerarse hoy un símbolo de prestigio individual, sinónimo de elite académica y años de percibir un dinero que no aporta a ningún fondo de retiro, por lo que tampoco contará en el monto de una pensión futura.

     El 2002 el SNI me confirió el Nivel 1 después de 4 años ostentando el nivel de Candidato a Investigador Nacional. Por aquel motivo, recuerdo me jactaba ante una compañera de trabajo de no solo contar con un sueldo de profesor pero también del “estímulo” que mes con mes me otorgaba el SNI. Lapidariamente mi amiga me espetó: “así como el presidente Carlos Salinas inventó el Programa Solidaridad para corromper a los pobres de este país, así inventaron el SNI para corromper a los investigadores mexicanos”. A la vuelta de los años veo que la razón le asistía en parte. 

     Hoy pertenecer al SNI es sinónimo de status aunque desafortunadamente promueve en muchos se aspire a ser doctor solo para “tener el papel”, proliferen posgrados “patito”, contar con un “estímulo” económico seguro, ascender en el escalafón profesoral, merecer otros estímulos establecidos para profesores “con perfil”, ser parte de grupos afines (o cuerpos académicos) en cuanto a la línea de investigación y convertirse en “autor carnal”, pues si uno del grupo publica algo debe incluir como coautores a los demás y de esa manera cumplir con el cometido máximo del SNI: publicar y publicar, de preferencia en revistas de “alto impacto”, independientemente de la pertinencia de lo difundido. Esta preeminencia de la publicación a toda costa es perniciosa porque se “refritan” temas ya investigados en otros lares o, en el mejor de los casos, se produce un cúmulo de conocimiento sin aplicación práctica. Esa cultura permea los estudiantes que buena parte de su tiempo sirven como mano de obra barata del investigador pues este podrá cumplir con otro de los requisitos importantes que se le exige para mantener la categoría de Investigador o Investigadora Nacional; “formar recursos humanos de alto nivel”. Desafortunadamente, los investigadores noveles tardan años en asumir la titularidad debido a que sus superiores se eternizan en su posición ante la realidad de unas pensiones por jubilación raquíticas.    

     El sentido del ejemplo que sigue, aunque anacrónico, aplica en la actualidad. Era un día de 1981en el laboratorio de Fitovirología de la Rama de Fitopatología del Colegio de Posgraduados, en Chapingo. El fundador del laboratorio (primero de su tipo en México) y asesor de mi tesis de Maestría en Ciencias Especialista en Fitopatología, Dr. Jorge Galindo Alonso, solía entrevistar a sus asesorados (as) una vez a la semana para demandarles avances de sus trabajos y, de cuando en vez, platicar sobre diferentes tópicos. Entonces, hacía menos de una década, y como parte de esa insania en forma de slogan del programa presidencial Revolución Verde: “Que Solo Los Caminos Queden Sin Sembrar”, se había fundado en Cárdenas, Tabasco, el Colegio Superior de Agricultura Tropical. Galindo refirió como demencial el que hubieran comprado allá tractores rusos para mecanizar los campos de arroz, calabaza, frijol, maíz y yuca, cuando en su lugar pudo establecerse un programa de mejora genética de los bueyes que se usan en la siembra con yunta.

     Galindo nunca se pronunció contra la ciencia básica, la consideraba importante, pero en un país como el nuestro sostenía “no podemos darnos el lujo de seguir dependiendo de tecnología desarrollada en otros lares e investigar lo que nos venga en gana, sino que al definir una línea de investigación de frontera es recomendable vislumbrar sus resultados tengan aplicaciones prácticas en base al conocimiento cierto de nuestras problemáticas”.

    Sostengo que esa aproximación a la investigación básica se mantiene vigente. Resulta lamentable dilapidar el escasísimo 0.36 % del Producto Interno Bruto que México destina a la investigación científica en el financiamiento a líneas de trabajo cuyos resultados quedan archivados o, cuando mejor les va, plasmados en revistas especializadas cuyos lectores y beneficiarios son un puñado de… especialistas. Seguir igual implica nunca salir del subdesarrollo científico y tecnológico caracterizado por el pago de regalías a toda clase de productos tecnológicos y servicios generados en los países del llamado primer mundo. La necesidad apremia. Es imprescindible generar un Programa Indicativo de Ciencia y Tecnología por estado de la federación y lograr la anhelada y no lograda hasta ahora concatenación ciencia básica-ciencia aplicada-desarrollo tecnológico-producción industrial-distribución y comercialización de bienes y servicios. La Secretaría de Educación Superior, Posgrado, Ciencias, Humanidades y Tecnologías puede encarar el reto.

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